El Sistema quita a Amy y Frank, y a
todas las personas que lo aceptan como un procedimiento para encontrar
pareja, su responsabilidad como sujetos deseantes. En ese sentido, son
tratados como “menores de edad” con respecto a su deseo, es decir, como
personas que por no poder decir qué desean, se les impone entonces un
deseo: tanto en la forma como en el fondo, tanto en el objeto del deseo
como en la manera en que éste tiene que ser deseado. El Sistema lo
decide todo: desde el platillo que cada uno comerá en la primera cita
hasta el tiempo que deben permanecer juntos. Y nada puede ser
contravenido.
A primera vista podría parecer que la
historia de Amy y Frank es entonces la historia de una rebelión contra
el Sistema. Amy en especial es quien se muestra más en desacuerdo con
sus reglas. A lo largo del episodio mantiene un escepticismo casi
cartesiano contra la realidad entera del Sistema, el cual toma forma
tanto en su teoría sobre el funcionamiento de éste como en su duda
metódica de por qué no es posible hacer que una roca salte contra la
superficie del agua ni más ni menos de cuatro ocasiones. Es ella quien
se aburre primero del paso en serie de las relaciones que se le
proponen. Finalmente, es ella también quien toma la determinación de
escapar.
Esos son los efectos de su malestar y su
desarrollo que culmina en la fuga, ¿pero cuál es su origen? Su
inconformidad con el Sistema, claramente, ¿pero por qué? ¿Por qué es
casi un lugar común que, en la adolescencia, los jóvenes se “rebelen”
contra el sistema? ¿Por qué surgen movimientos contraculturales al
margen de la cultura dominante? ¿Por qué la gente se deprime por la
suerte que le tocó pero también hay quien decide rechazarla y
construirse una propia?
En breve, porque el deseo es subjetivo y
porque por más que en una etapa de nuestra vida se nos diga qué y cómo
desear, eventualmente nos damos cuenta de que eso no es lo que deseamos.
Que no es eso lo queremos para nuestra vida. (Qué decisión tomemos
después de darnos cuenta, es otra cosa).
“Debió ser una locura, antes del
Sistema”, dice Amy en la habitación de la casa adonde llega con Frank,
en su primer encuentro; una opinión en la que él coincide.
Inmediatamente después Amy admite que, aún así, la situación es
incómoda; Frank vuelve a estar de acuerdo. Más tarde, una vez que el
arco narrativo está por cerrarse, el motivo vuelve. Cuando ambos se
encuentran para despedirse, Amy pregunta a Frank cómo se sintió él la
primera noche que pasaron juntos, a lo que Frank responde: “a salvo,
feliz, cómodo”.
Siguiendo la terminología de los
manuales psicológicos, podría decirse que Amy y Frank son “personas
inseguras”, cada cual a su manera. La inseguridad emocional (lo que sea
que eso signifique) parece ser, de hecho, el punto de encuentro entre
ambos. Y un poco la prueba de ello es que, no sin cierta emotividad, al
final uno frente al otro son más o menos la misma persona que eran al
principio, en su primer encuentro, al menos en lo esencial, en lo que
importa. Después de tantos meses, después de tantas relaciones, después
del hastío, la monotonía y la experiencia del placer sensual, hay algo
de la inseguridad de cada uno que resuena en el otro y que en el otro
encuentra compañía. La inseguridad es el síntoma que les permite estar
juntos.
¿De dónde, entonces, el malestar? No es
sólo que el Sistema, en su control obsesivo y su omnipresencia, sofoque.
No es sólo que el Sistema diga qué y cómo desear (esto es, a quién y
bajo qué condiciones). Acaso la fuente más profunda y más auténtica de
malestar sea que el Sistema cree la ilusión de que la falta puede ser
llenada y, paralelamente, que dicte con qué y cómo hacerlo.
El mejor ejemplo de esto es la serie de
parejas por las que pasa Amy después de su primer y breve encuentro con
Frank, la mayoría de los cuales tiene características físicas comunes:
hombres jóvenes o de mediana edad, musculosos, seguros de sí, diestros
en el sexo, “viriles” y hasta un poco exóticos, multiculturales. Son,
por así decirlo, hombres en toda forma, el estándar de lo que se supone
es un hombre en la sociedad occidental contemporánea.
El mensaje del Sistema es claro: tu inseguridad necesita seguridad. Tu falta puede ser reparada. Ese vacío puede ser llenado.
Irónicamente, esos hombres son también
todo lo opuesto a Frank: poco o nada atlético, un tanto torpe en su
comportamiento y sus palabras, indeciso, con cierto aire tierno o
ingenuo… y con quien al final Amy decide escapar para vivir su relación
sin reglas de ningún tipo.
La atracción entre Amy y Frank inicia y
termina en la inseguridad o, mejor dicho, en una pregunta en torno a
ésta. Sobre todo en Amy parece ser origen y causa, falta y deseo: una
energía doble que provoca su malestar frente al Sistema pero también su
impulso por escapar de éste.
Esta podría ser una forma de la pregunta subjetiva de Amy: ¿es que no es posible amar desde la inseguridad?
Y es la elaboración de esta pregunta,
los actos que surgen de ella, la reflexión propia ante las experiencias
derivadas de éstos, el aburrimiento ante las respuestas insatisfactorias
y la determinación de defender las respuestas propias, lo que lleva a
Amy a tomar la decisión de escapar del Sistema.
OPINIÓN PERSONAL
‘Black Mirror: Hang the DJ‘ es un relato durísimo sobre
este asunto. Es la triste canción de amor que Charlie Brooker ha
compuesto para unos espectadores que verán más un ‘In Time‘
romántico-sexual que sus propias vidas reflejadas en la pantalla. Sin
embargo, por suerte y por fortuna, el clímax del episodio y su
estrambótica consecución dejan la puerta abierta a ese amor que forma
parte del destino. Para mi gusto, innecesario. Y muy mal completado. Charlie Brooker no se ha atrevido a llevar a última instancia la realidad. Es cierto que acaba incluso justificando el amor a través de ese intercambio tecnológico de datos. Reduce el amor a dos números. A un código binario que podría también estar implementado en nuestras células. Pero no remata la triste canción de amor para devolvernos la esperanza de los buenos tiempos.
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